El pasado
Viernes Santo llegué para el servicio de la iglesia y me senté ante el sagrario
vacío. De pronto me asaltó en terrible miedo: ¿Qué sería mi vida sin Jesús?
Crecí
ignorando su presencia durante muchos años porque no lo conocía; ahora he
comprendido que aún en aquellos momentos El me sostenía. Obtuve altas notas en
las clases de historia donde me enseñaron todos los errores de la Iglesia
Católica como institución, sobre todo durante la edad media; y también obtuve
altas calificaciones en las clases de filosofía que se basaban en el
materialismo dialectico y el materialismo histórico.
Gracias a
la bondad del Señor hoy estoy llena de algo diferente que me ha transformado en
alguien nuevo. Literalmente es como lo describe el evangelio, como el que
encuentra una valiosa perla y lo vende todo con tal de conseguirla y no perderla
por nada. Así como el pan de la presencia se encontraba en el tabernáculo
creado por Moisés, hoy Jesús está en el sagrario, viviendo entre nosotros.
¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su nombre!
¡Bendito sea Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre!
“Bendita
la mañana que trae la gran noticia
De tu presencia
joven, en gloria y poderío,
La serena
certeza con el día proclama
Que el
sepulcro de Cristo está vacío”