La época de Navidad es para algunos los días de
compras o los días de cocinar mucho y comer bastante. En estos días los
recuerdos vienen a mi mente como en nubes.
De la primera Navidad lo que me viene a la mente
es la imagen de mi tío Florentino. Estaba
sentado muy ceremonioso con un traje color cremita, sus ojos grandes, su mirada
buena y aquel bigote bien negro que llevaba. Se comportaba con mucho respeto en
la mesa, pero se sentía más bien contento.
En aquel entonces tendría yo seis años o menos,
porque aún vivíamos en la primera casa de la familia. La vivienda era muy humilde
y sencilla, pero en mi mente quedó fijada la imagen de una mesa muy bonita y
bien provista.
Otro recuerdo de aquellos años era el ir con mi
mamá y mis hermanas a cortar un arbolito. Cerca de la casa había mucha manigua,
y siempre encontrábamos alguno que tuviera muchas ramas y donde podíamos colgar
las bolas brillantes (que eran las mismas desde siempre), luego que lo forrábamos
de algodón.
Un domingo en la oscuridad de un cine miré un
noticiero antes de la película, en el que Fidel con una boina y moviendo los
brazos como era su costumbre dijo una frase que yo no alcanzaba a comprender:
¡Abajo las tradiciones!
Por muchos años las navidades quedaron borradas,
no hubo más cenas, ni avellanas, ni nueces ni turrones.
De esos días quedaron por un tiempo más el regalo
de los reyes. A cada niño le “tocaba” un juguete básico (el mejorcito) y dos no
básicos. El proceso cada año de colas y la creatividad de los burócratas era
increíble, pero eso ya llevaría otro artículo.
A mi madre siempre le quedó la nostalgia de la
Navidad. Si hablaba del tema suspiraba y sus ojos recordaban el pasado. Siempre
fuimos pobres, pero de alguna manera siempre habíamos celebrado la Navidad
hasta donde recuerdo.
Ya adulta me asignaron a trabajar en Alemania
Federal y ahí volví a recuperar el sentido de estas fiestas, y de las vidrieras
hermosas y las luces de colores. En cuanto pude le compré a mi mamá un arbolito,
bolas bonitas y un Santa Claus de cuerda que balanceaba una campanita acompañado
por la canción Jingle Bell. Mi madre adoraba su Santa Claus.
Siempre estaba trabajando en estas épocas, porque
los que trabajamos en servicio precisamente tenemos más actividad cuando otros
se divierten. Pero decidí tomarme un descanso y celebrar la Navidad en familia.
En esa época ganaba yo en divisa y eso en Cuba lo
ponía a uno en ventaja. En aquella enorme mesa no faltó realmente nada: puerco,
pollo, jutia y pescado, arroz, frijoles,
yuca, manzanas, turrones, uvas, manzanas, nueces, avellanas, vino, ron,
cerveza, pudin, y flan.
Nos reunimos casi treinta personas y tuvimos que
unir tres mesas para poder comer a la misma vez. Toda la familia y algunos
amigos estaban presentes. No sé que me dio por ser tan botarate, pero lo hice. Nunca
habíamos tenido ni creo que volvamos a tener una mesa así.
Nunca olvidaré aquella celebración porque fue la
última en la que estuve con mi madre, fue realmente una despedida. Yo no lo
sabía cuando estaba participando en ella, y la veía tan contenta que eso me llenó de júbilo. Unos meses después de
una manera súbita fue llamada con nuestro Señor.
Por eso ahora en estas Navidades tengo presente al
niño Dios, su nacimiento, pero también para mí Navidad es mi madre. Ruego en
esta navidad porque vengan días de prosperidad y alegría para todo mi país.
Espero que pronto toda la familia cubana se una y que celebren el cumpleaños
más importante de este mundo, el del niño que nos recuerda que Dios nos ama.
Estela Teresita
Navidad del 2014