Gracias a Dios
tengo el privilegio de haber tenido feriado este día y fui a mi parroquia de
St. Agnes para participar en la celebración de las estaciones de la cruz. Este
evento fue en idioma inglés, pero no tuve dificultad en poder disfrutar, pues
como escribí en un poema hace un tiempo “El no necesita diccionarios, El habla
al corazón” Quiero compartir tres
grandes regalos que recibí hoy en esta jornada.
En un momento de
la celebración recordé algo muy
sencillo: voy a la iglesia porque ahí soy feliz. No es porque me obliguen, no
es por cumplir con alguien, es porque es algo que quiero hacer. Es el lugar
donde lo mejor de mí brota y mi pensamiento se eleva. Tengo que agradecer a los
sacerdotes, al personal administrativo y a toda la comunidad que hace de mi
parroquia un lugar tan especial.

Y algo muy
especial me ocurrió. Estuve meditando las palabras del evangelio mientras iban
transitando las estaciones presentadas por diversas familias de la comunidad.
Entre una estación y otra una música perfecta acompañada de una voz
extraordinaria cantaba el texto que aparecía en las pantallas: “Solo te pido
que recuerdes cuanto te amo”.
Cuando comenzaron
las estaciones pensaba que yo le cantaba a Jesús y le decía que se acordara de
mi amor. Pero en un momento todo dio la vuelta. Al analizar las estaciones esa
voz hermosa de pronto la sentí como si el Señor me pedía que no olvidara cuanto
El me ama.
Recordé algo que
me ocurrió en la tarde. Pasé por el Golden Gate Community Center y ví que
estaban repartiendo comida para personas necesitadas. Es tremenda la
generosidad de este pueblo y todo lo que hacen por los que menos tienen. Al
pasar de nuevo mucho después vi a una mujer con los bultos, parecía que no
tenía como salir.
Di la vuelta en u
para volverme y entrar al parqueo. Al ver acercarse a la mujer no tenía aspecto
muy limpio, las piernas estaban hinchadísimas, a pesar de no ser muy vieja si
ha estado muy maltratada, todo su rostro está muy dañado. Casi que me arrepiento por haber dado la
vuelta, pero me dije: es Jesús. Le ofrecí el llevarla y la saludé con afecto,
pero rechazó el viaje porque esperaba a alguien que la iba a recoger. En la
celebración recordé que en mi humildad, soy realmente muy dichosa.
Gracias la doy a
Dios por su inmenso amor, por su entrega en la cruz y por su madre que siempre
ha permanecido con nosotros. Hoy es un día más que me siento feliz. Gracias
Señor y perdón por lo poco que puedo hacer. “Señor, Tú que todo lo sabes, sabes
que te quiero”
Estela
Teresita Delgado
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