

Se llega al lugar tomando una carretera que
atraviesa el desierto de Judea. Más cerca se ven los imponentes farallones del
desierto, en el que existen cuevas donde en ocasiones los beduinos se protegen
del ardiente sol. Al otro lado en la distancia se ven otras elevaciones que en
la actualidad son parte del Reino de Jordán. Entre ambas alturas se encuentra
alguna que otra planta del desierto con raíces profundas de hasta 30 metros en
búsqueda de agua, el desierto y el Mar Muerto, el lugar más bajo de la tierra,
400 metros por debajo del nivel del mar.
Los colores del
paisaje son impresionantes, el azul del cielo sin una nube porque no llueve en
el lugar, los colores rojos y amarillos del desierto…
Finalmente se divisa la meseta donde se
encuentra la fortaleza construida por Herodes el Grande entre los años del 37
al 31 antes de Cristo. Se llega a la
cima por medio de un funicular. Al llegar el paisaje es hermoso y el visitante
imagina la vida siglos atrás en ese lugar por medio de las ruinas ya excavadas.
Ese palacio
podía funcionar gracias a unos canales
que hacían llegar la poca agua que cae al otro lado del desierto hasta el
palacio, donde existían enormes cisternas que almacenabam el preciado líquido en cantidades
más que suficientes. Se ven los lugares del los almacenes de víveres, la
sinagoga y las ruinas del palacio.
Lo que ocurrió
allí fue impresionante. Los judíos se rebelaron contra Roma en el año 66
después de Cristo y finalmente el primer templo fue destruido en el año 70. Un
grupo de rebeldes lograron escalar las empinadas laderas y tomaron la
inexpugnable fortaleza por sorpresa.
Todavía vivían
allí unos 960 judíos, entre hombres, mujeres y niños, en el año 73, mucho
después de la destrucción del primer templo, cuando el gobernador de Judea, Flavius
Silva, decidió enviar una legión de unos 15,000 hombres para tomar la
fortaleza.
La fortaleza
era inexpugnable y a pesar que le cerraron los canales por donde recibían agua,
los rebeldes resistieron gracias a las grandes cantidades de agua almacenadas. Incluso se dieron el lujo de arrojarle agua a los soldados romanos sedientos por el sol para desmoralizarlos. Los rebeldes
colocaron unos grandes maderos para evitar que los romanos tumbaran las paredes a
golpes, pero los atacantes con flechas incendiarias quemaron los maderos.
Luego los
romanos construyeron una rampa enorme por el lado más bajo de la fortaleza por
lo que ya era inminente que podrían tomar el lugar. Eso podría llevar a la
pérdida de la vida de muchos hombres, a que las mujeres fueran abusadas y que
los niños crecieran en otra religión.
Entonces el
líder del grupo Elazar, pronunció un discurso final que más o menos dice así:
“Desde hace mucho decidimos nunca ser esclavos de los romanos ni de nadie que
no sea el mismo Dios, que es el único y verdadero Señor de la humanidad; ahora
ha llegado el momento que nos obliga a tomar una decisión verdadera en la
práctica…Fuimos los primeros en revelarnos contra ellos, ahora seremos los
últimos y no puedo menos que entender como un regalo de Dios el que aún nos dé
la opción de decidir morir con valentía, como hombres libres”.
Se tomó por
votación la decisión de morir antes de ser esclavos. Todo ocurrió así. Cada
padre de familia mató a su esposa y sus hijos. Luego en grupos de 10 por sorteo
se decidió quien sería el encargado de matar los otros nueve. Cuando solo
quedaron 10 hombres se terminó de igual manera.
Cuando los
romanos llegaron al lugar se quedaron impresionados por encontrar sólo
cadáveres. Al imaginarse unos los dramáticos acontecimientos que ocurrieron en
ese lugar la impresión es sobrecogedora. Entonces los pensamientos se elevan y
cada cual llega a sus propias conclusiones. En cuanto a mí, no me asombra que
Dios bendiga tanto al pueblo de Israel.
Estela Teresita
Delgado
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