Cuando pequeña podría decirse que era rubia, pero
no ese rubio donde el pelo casi llega a ser blanco, sino más bien dorado. Mi
madre había hecho una promesa por mi salud a la Virgen de la Caridad del Cobre,
por eso no me cortaron el pelo hasta cumplir los ocho años. De manera que tenía
el pelo bastante largo y creo que bonito.
Casi
siempre me hacían un rabo de mula cuando me peinaban, de los que en algunos
lugares le dicen rabo de caballo. Otro peinado frecuente eran las trenzas, las
que siempre me han fascinado. Lo que sí
no se me olvida, es que el proceso de peinarme implicaba primero desenredar los
nidos de gallina que se formaban con el viento fresco y juguetón de Cojímar, lo
que me arrancaba fuertes alaridos que se escuchaban hasta bastante lejos. Reconozco
que soy una floja para el dolor. En aquel
entonces no pensaba en las canas.
Al llegar a la adolescencia me encantaban las
personas con rostro joven, pero que tuvieran el pelo blanco. No solamente las
asociaba con respeto y distinción, estéticamente me parecían hermosas. Cuando
descubrí mis primeras canas no me preocupé en absoluto, pensaba que me quedaba
mucho por recorrer hasta que el cabello emblanqueciera totalmente. Pero cuando
fueron siendo abundantes, ay, mamá,
llegó el tinte.
Realmente no soy muy buena en eso del tinte, por
eso siempre procuré la misma marca y que no fuera demasiado barato, ni
demasiado caro, y sobre todo, que se aplicara con facilidad. Ya mi cabello no era rubio, sino castaño
claro. Afortunadamente encontré un tono que me gustó y el que usé casi siempre.
Poco a poco los combates se hicieron demasiado frecuentes, pero los continué
porque tengo muchas hermanas jóvenes y sobrinos chicos que no querían verme envejecer.
Ahora he llegado a una nueva etapa. No he
adquirido distinción ni sabiduría, pero el pelo está prácticamente todo blanco.
Esa es mi realidad. El aferrarme al color natural implica someter la cabeza a
muchos químicos y no deseo pagar ese precio. Me he fijado en bellos tonos de
blanco, en pelados que ayudan mucho, he incluso peinados atractivos.
En cuanto crezca un poco más el cabello y pueda
eliminar lo poco que me queda de tinte, actualizaré la fotografía en las redes
sociales y mi blog. Ya tengo casi todo el pelo blanco y he comprendido que el color del cabello es solo una pequeña
parte del yo. Además, mientras tenga
fuerzas procuraré disfrutar, en la medida que Dios me permita, este hermoso
viaje que se llama vida.
Recuerdo un poema que aprendí de mi madre: “…lleva
el volcán sus nieves en la cima, pero circula en sus entrañas fuego”
Estela Teresita Delgado
Enero 3, 2014
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