No quisiera que
termine este mes sin escribir sobre
aquel acontecimiento que dio comienzo a más de una década de derramamiento de
sangre y una violencia que llega hasta nuestros días.
Los jóvenes asaltantes
tenían entre 20 y 24 años y muy pocos eran de la capital. Eran
jóvenes muy humildes, de origen campesino y obrero. Viajaron el día anterior en auto hasta Santiago de
Cuba, unos mil kilómetros, por lo que físicamente debieron estar muy cansados. Se alojaron por unas
horas en casas de huéspedes, pero entre las 10 y 11 de la noche se trasladaron a la
Granjita Siboney.
Los que hemos visitado el lugar sabemos que es muy pequeño, por lo que 120
personas en aquel espacio debieron estar como sardinas en lata. Hasta ese
momento la inmensa mayoría no sabía lo que iban a hacer. No lo sabían.
Desde meses antes se habían entrenado en clases de tiros, en su mayoría en
clubes deportivos. En varias oportunidades los movilizaron y luego los mandaron
para la casa sin hacer nada. ¿Podrían imaginarse que iban a asaltar el segundo
cuartel militar más importante del país? Difícilmente, nada parecido se había
hecho hasta entonces.
En la granjita se encuentra con
Fidel que les hace creer que se disponían a realizar una acción como la de
Carlos Manuel de Céspedes en La Damajagua, le rememora valores patrios y les
dice que iban a hacer historia. También los presionó con el factor tiempo: todo
iba a durar unos veinte minutos. Era la verborrea de un muy buen orador
graduado en leyes contra campesinos de Artemisa, Bahía Honda, Matanzas…
Los jóvenes universitarios no se comieron el cuento y no cedieron a la
presión de grupo. Ellos (8) tomaron la
decisión de no participar en lo que
evidentemente era una locura. Tampoco participaron 4 que gracias a problemas organizativos se quedaron
sin transporte, y 9 se extraviaron, según la historia oficial. Los más
humildes que posiblemente no tenían ni dinero para regresar, probablemente pensaron:
Ahora que estamos montados en el burro hay que darle los palos, al fin y al
cabo son sólo veinte minutos. Cayeron en la encerrona. Partieron hacia el cuartel a
las 5.15 de la mañana luego de una noche sin dormir. Fueron como reses llevadas
al matadero.
Los resultados ya lo sabemos. Los soldados tuvieron 19 muertos y 31
heridos. Las cifras del gobierno cubano declara unos 9 muertos en el combate y
otros 56 ejecutados luego del combate (eso deberá corroborarse cuando haya
condiciones de imparcialidad).
La mayor parte de los participantes ya no están en este mundo y su caso
está en las manos del Justo Juez. En este 59 aniversario de hechos tan
dolorosos elevo mi oración por los equivocados y los sacrificados, por los engañados
y los engañadores. Le ruego a Dios porque no vuelvan a ocurrir en nuestra isla
acontecimientos tan dolorosos y sangrientos, y porque conmemoremos el 60
aniversario en una Cuba democrática.
Jesús, en ti confío.
Estela Teresita Delgado