La esperanza es una
necesidad primordial de los seres humanos. El gordo
espera adelgazar, los padres desean un hijo sano, la madre confía en el
cambio de actitud del hijo desobediente y el enfermo terminal añora un milagro
que le permita recuperar la salud. Son
múltiples los ejemplos, pero todos necesitamos la esperanza de que lo que está por
venir es mejor.
Sin embargo, la
lógica nos indica que resulta primordial seleccionar en dónde ponemos
nuestras esperanzas. Si basamos nuestras esperanzas en una premisa equivocada,
la consecuencia poblablemente sea la desilusión, está vez acompañada por un estado de
desesperación y frustración aún mayor que al comienzo. Además, en esa espera
se habrá perdido un tiempo precioso.
Otra de las enseñanzas
que nos deja la historia es que no
debemos poner la esperanza en lo que otros hagan, pues de esa manera uno
se niega la oportunidad de acción y reacción. En importante poner nuestra
confianza en Dios, pues con la certeza que con El todo se puede, los que en El
creemos adquirimos una fortaleza extraordinaria. Y con ese antecedente,
seguidamente debemos poner nuestras
esperanzas en nosotros mismos y nuestras acciones. Eso nos lleva a un punto
clave, en el que Dios nos inspira, la
esperanza se convierte en un objetivo, y la acción constituye la forma de alcanzarlo.
Es un error
concebir esperanzas de un futuro mejor para los cubanos basados en el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados
Unidos. Apoyo esta afirmación entre otros, en los siguientes puntos:
1. Si el régimen de los Castro hubiera deseado cambiar ya lo
hubieran hecho desde hace mucho tiempo; no necesitaban esperar por los Estados
Unidos para hacerlo.
2. Si los millones de Rusia, España, Alemania, Venezuela y
tantos otros, no ha llevado a una mejoría para los cubanos, no hay evidencias
que los millones de los americanos tengan un efecto diferente.
3. El nivel de represión contra la oposición en este período
de negociación no ha disminuido, sino que se ha incrementado.
4. El régimen ha declarado que no está dispuesto a cambiar en
lo más mínimo, y todos los cubanos sabemos lo que eso implica.
La lista pudiera
ser aún mayor, pero lo cierto es que tendremos que esperar indefinidamente un
cambio mientras digamos que “eso no hay quién lo cambie”. El primer paso
imprescindible es tener la certeza que: CUBA
PUEDE CAMBIAR, Y SOMOS LOS CUBANOS LOS ENCARGADOS DE HACERLO POSIBLE.
Estela Teresita Delgado
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