Wednesday, May 7, 2014

Los mimos de Jesús


Jesús es condescendiente con nosotros, cual si fuéramos niños, de manera que sus muestras de ternura son abundantes. Quiero compartirles una experiencia reciente que así lo demuestra, aunque supongo que una vez más se pondrá de manifiesto el aquello que para el que tiene fe todo es un milagro, y que para el que no la tiene nada lo es.

El pasado fin de semana, el sábado 3 y el domingo 4, en mi parroquia de Santa Inés se realizó de ceremonia de la primera comunión de los niños que ya estaban listos para recibir ese sacramento. Respondiendo a la solicitud que hiciera la dirección de educación religiosa  me presenté una hora antes de la misa,  para apoyar como voluntaria en lo que necesitara ese excelente equipo que ha estado involucrado en la preparación de los niños.

Al llegar a la capilla de la iglesia me asignaron la responsabilidad de hablarles a los niños, preparándolos en los últimos momentos antes de recibir el sacramento. Así las cosas pronto me encontré a un costado del Santísimo Sacramento, frente a una audiencia hermosísima. Mientras hablaba de Jesús miraba sus rostros atentos, su tierna inocencia, y todo lo hermoso que podría germinar de aquel grupo. Esos instantes fueron un regalo enorme.

Cuando las catequistas tomaron las riendas del evento me dirigí al edificio principal donde se realizaría la misa y comencé a colaborar dándole la bienvenida a los que llegaban para participar en la eucaristía.

En cuanto comenzó la misa la dinámica cambió: todo se centraba en el encuentro personal con el Señor. Allí le hablé de mis dudas, de mis problemas y de mis angustias, justificadas o no.  Pero hablé con toda sinceridad, buscando una señal, un camino. Lo cierto es que estoy pasando por momentos de retos personales importantes.

La misa fue maravillosa y emocionante como siempre. Al finalizar de la ceremonia aplaudimos a los niños, y llamaron a los catequistas para reconocerles su labor e inexplicablemente pronunciaron mi nombre. Caminé aturdida hacia el frente y me entregaron un hermoso ramo de rosas rojas.

De haber sido catequista, y de haber ocurrido esto en otra época me hubiera preguntado el por qué alguien recibía un regalo inmerecido.  Es decir, hubiera reaccionado como el hermano mayor en la parábola del hijo pródigo. Hoy sé que en las cosas de Dios las cuentas son otras.

Esas rosas me han dado una esperanza, me han ratificado que el Señor quiere que trabaje para Él, y ha hecho un llamado a mi responsabilidad. Al tener el ramo en mis manos comprendí que ese era un mimo del Señor. El camina con nosotros en todo momento, nos guía y nos apoya siempre que acudamos a Él. Los que no le conocen se pierden lo mejor de la vida, y da verdadera pena que no lo sepan.

Le pido al Señor que bendiga a la directora de educación religiosa, a las catequistas, al sacerdote de mi parroquia y a todos los sacerdotes y fieles involucrados en la formación religiosa. Gracias Señor por haberme escogido, por haber pronunciado mi nombre. Jesús, te amo.

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